lunes, 2 de agosto de 2010

He preguntado mucho, y nadie conoce a Bernardo Atxaga. Siento el raro placer de la exclusividad.
Hace algunos años compré un librito por dos motivos ineludibles: porque me gustó la portada que le pusieron los de Plaza y Janés, y porque salía $2.
Este librito contiene muchos de los poemas más hermosos que he leído y por eso hoy me tomo estos minutos para robar y compartir con vuestras mejestades algunos pocos textos.
Lo poco que sé de Atxaga se resume en: es vasco, nació en el '51, escribe es euskera y no le hace asco a ningún género. Para todo lo demás está Wikipedia...
Acá vamos entonces con nuestro descubrimiento. En primer lugar, una hipótesis sobre la primera vez que el primer hombre sintió la cercanía de la muerte (y de la vida); luego, pequeño fragmento de un extenso poema híbrido. En tercer lugar, fragmento de una obra de teatro del mismo caracter que es lo más genial de lo que pude leer de Atxaga. Por último, un poema al que esperamos ponerle algunos acordes algún día, o alguna tarde.


Adán tiene gripe

Pienso en la primera enfermedad, es decir, en la enfermedad del primer hombre, Adán. No pienso en una enfermedad grave: para lo que quiero pensar, me basta con una gripe.
Yo no estuve allí, desde luego, pero tengo para mí que Adán no debió sentir mucho la pérdida del paraíso. Le ocurriría probablemente como a los que saltan de la cama a una habitación fría y no reparan en la baja temperatura hasta el momento en que su cuerpo pierde el calor que había absorbido entre las sábanas: vería Adán el mismo cielo azul que había visto antes, y vería los mismos ríos limpios, y los mismos pájaros, y no tendría otra incomodidad que la provocada por algunas imágenes llegadas en sueños, imágenes de un ángel con una espada, o de una serpiente, o de un árbol lleno de manzanas a causa del cual, él no sabía muy bien por qué, habían tenido en el paraíso una gran discusión. ¿Durante cuánto tiempo viviría Adán inmerso en aquella inocencia? Ya he dicho que no estuve allí, y no lo sé. Lo que sí sé, porque me es fácil imaginarlo, es lo que sintió un día al despertar: dolor de garganta, tos persistente, cierta sensación de mareo y malestar en el estómago. Todo es relativo, y para alguien que había vivido en el paraíso el mal que sentía era un mal terrible, y Adán, presa del pánico y de un humor que luego, siglos después, alguien llamaría melancolía, se dirigió hacia la mujer que tenía a su lado y exclamó: “Eva, me estoy muriendo”. La exclamación, por decirlo así, resultó en aquel contexto revolucionaria: se utilizaba por primera vez el verbo morir, y por primera vez también, aquel hombre reparaba en la persona que le había acompañado tras la salida del paraíso. Efectivamente, allí estaba Eva. Allí estaba él, Adán, muriéndose.
Incontables fueron, o debieron ser, las mutaciones que se produjeron durante los días que Adán tuvo la gripe, pero en esta somera descripción sólo voy a dar cuenta de aquella que, por primera vez en su vida, y por primera vez en el mundo, permitió a Adán decir una frase ligeramente inútil, del estilo de “¡Qué color tan bonito tienen esos melocotones!”. ¿Qué había ocurrido? Pues que, asustado y débil, es decir, enfermo, pudo descubrir al fin la belleza de las cosas.
Imagino ahora lo que ocurrió una semana después. Imagino que, repuesto de la gripe, abrazaría a su mujer y le diría: “¡Eva, nunca me he sentido mejor!”. Expresión que, en su caso, viniendo de donde venía, era muchísimo decir. Y supongo –para seguir con mis imaginaciones- que Adán mantuvo esa convicción hasta el día en que, por poner un ejemplo más que posible, descubrió al pequeño Caín con la frente ardiendo y todo el cuerpo lleno de manchitas rojas. Y supongo que volvió a pasarlo mal para luego volver pasarlo bien y que vivió hasta el día en que descubrió que la flaqueza que tenía era la flaqueza final. ¿Qué pensaría entonces Adán? Me da bastante pena no haber estado allí y no saberlo con seguridad, pero me aventuraría a afirmar que, a pesar de todo, a pesar de encontrarse ya sin salida, a pesar de las desgracias familiares, comprendió y aceptó que la vida era precisamente lo que había ocurrido después de haber salido del paraíso.


Poema polaroid sobre la muerte de John Lennon (fragmento)
Long Island hasta Providence, apareció muerto en su domicilio en extrañas circunstancias; el cadáver, ya casi descompuesto estaba en la bañera desnudo pero con los calcetines y zapatos puestos, y la verdad es que los padres de Carolina nos crearon bastantes problemas con sus continuas interferencias en nuestra vida.
Los padres de la princesa, que son unas grandes personas, creyeron que su hija no era lo feliz que ellos hubieran deseado, y se metieron en nuestra vida tratando de ayudarla. Eso fue lo peor, página tres, LOng Island, repito, hasta Providence; y fue sobre las tres de la tarde cuando alguien pudo ver la silueta de un hombre completamente desnudo que se tambaleaba y desaparecía, y de la vivienda salía una música tenue, un olor insoportable. Pero hablando de otra hora, la hora de elegir un sujetador para ellas, hay que tener en cuenta que de joven los pechos están uy separados de las axilas, y a esa separación deben corresponder las copas. Y hay tres caminos desde Long Island hasta Providence, y tres caminos también para ganarse la vida. ¿Cuál elige usted? ¿Estética? ¿Peluquería? ¿Puericultura? ¡Cuidar niños! ¿Hay algo más hermoso? ¡Y si además puede ser su profesión! Y el UNO se arrodilla dulcemente, un beatle asesinado por un fan.

Henry Bengoa, Inventarium (Fragmento)

II

Pasaban los días y los meses, y tus amigos seguíamos sin saber nada de ti, Henry; y pensamos salir en tu búsqueda, partir hacia donde nos señalaba el remite de tu última carta, hacia aquel Gotenstrase veintisiete cuarto C Hamburgo que tú habías escrito en uno de los ángulos de un sobre color marrón. Poco después, un día de mucha lluvia, tomábamos el tren: en silencio, con oscuros presentimientos, sintiendo que algo se había roto KRA! en nuestro corazón.

                                                              Canciones VI
                                                  (Reggae de las mariposas)

Aquellas mariposas que volaban
hacia el interior del mar...
Aquellas mariposas que, por miles,
volaban por encima de las olas...

Se alejaron de la costa
como una pequeña nube
y, dejando atrás los barcos,
se perdieron a lo lejos;

Aquellas mariposas que volaban
hacia el silencio del mar...
No vayaís! No vayaís!
No encontrareís en ese mar
un lugar donde posaros;

No tiene islas, no tiene rocas,



Ese mar sólo tiene agua, oscura agua...

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